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En la salud y en la enfermedad (3de5. Parte 4)


Él era un vendedor de crecepelo a domicilio. Ella era monitora en un centro de ayuda para deficientes mentales.

Cuando él conseguía vender un bote de 75 cl. a alguna mujer cuyo marido tenía alopecia; pues bien, era un buen día. Cuando ella conseguía que uno de sus niños especiales se comiera un albaricoque, en efecto, también era un buen día.

El problema era que raramente conseguían llevar a cabo con eficiencia su trabajo, esto es: que ni él vendía lo suficiente ni ella conseguía que los niños comiesen bien. Normalmente a él no le abrían la puerta. Esto le frustraba mucho. A ella, por su parte, lo que le frustraba era ver la sonrisa bobalicona de sus niños especiales regurgitando toda la comida. Le molestaba más que cuando la agredían por no dejarlos jugar. Odiaba esa inexpresividad en sus caras.

Así, podía decirse que ambos estaban un tanto asqueados de su vida, en líneas generales. Además, coincidían en que ninguno de los dos tenía sexo con frecuencia. Diferían, sin embargo, en que él lo denominaba «follar» y ella «ser amada».

Ellos, obviamente, eran matrimonio. Y, también era obvio, no eran felices.

Él soñaba con ser un intrépido viajero; conocer muchos lugares; soñaba con atracar su yate en los puertos de Alejandría, con atravesar Norteamérica en globo, con ir a Groenlandia a reclamarle aquel tren eléctrico a Santa Claus. Ansiaba la libertad, el no estar sometido a un horario de 12 horas, puerta por puerta, vendiendo un crecepelo de nula efectividad. Ella soñaba con ser rica. Y con no trabajar. Soñaba con ser la esposa de un magnate, un dictador o cualquier presidente de gobierno. No le importaba. Ella sólo quería no ver niños con enfermedades psíquicas y tener dinero. A veces, se imaginaba que era la esposa del líder del Cártel de Cali, y que su chofer, un sicario como otro cualquiera, la llevaba a «recibir desinteresados regalos» de los más importantes empresarios del país. Se imaginaba feliz. Veía cómo los dueños de las boutiques le regalaban las más preciosas joyas, anillos de oro blanco con incrustaciones de diamantes negros en su parte superior.

Todo esto, ocurría a partir de las 1:00 de la madrugada aproximadamente, hora en la que los dos se acostaban. Normalmente no se deseaban las buenas noches. Estaba bien así.

A la mañana siguiente, soñaban con que su pareja pidiera el divorcio. Y se marchaban al trabajo.


Wao.


Las palabras para W eran:


S: crecepelo, sicario y Alejandría.

R: albaricoque, incrustaciones y regurgitar.

Posted by: Wao. en: 17 de Noviembre 2006 a las 02:51 AM

El comentario de arriba está mal, maldita sea.

-Wao, te odio.

-Sí, gracias.

Pues eso.

Posted by: Wao. en: 17 de Noviembre 2006 a las 03:16 AM Escribe un comentario









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